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¿Por qué debes releer los libros de tu biblioteca?


La lectura es una de las experiencias más enriquecedoras que podemos disfrutar. Cada libro en tu biblioteca tiene una historia única que contar, no solo en sus páginas, sino también en cómo resuena contigo en diferentes momentos de tu vida. Releer libros puede parecer una actividad trivial, pero en realidad, es un viaje profundo que puede ofrecerte nuevas perspectivas y enriquecer tu comprensión de la literatura universal y de la literatura en Colombia. 

En este artículo, exploraremos por qué es esencial dar una segunda vuelta a aquellos libros que ya has leído y cómo esta práctica puede transformar tu relación con la lectura.

La evolución personal y la lectura

La lectura como reflejo de tu vida

La vida es un constante proceso de cambio. A medida que crecemos y nos enfrentamos a nuevas experiencias, nuestras perspectivas también evolucionan. Lo que una vez te impactó de una manera, puede resonar de forma diferente en un contexto posterior. Releer un libro te permite redescubrir no solo la historia, sino también cómo esa historia se entrelaza con tu vida actual.

Nuevas interpretaciones

Cada vez que abres un libro que has leído anteriormente, puedes encontrar pasajes que antes no te llamaron la atención, pero que ahora cobran vida con un nuevo significado. Esta es la magia de la lectura: el mismo texto puede ofrecer interpretaciones frescas y sorprendentes en diferentes momentos de tu vida.

La importancia de la relectura en la literatura

Profundización en temas y personajes

Los libros suelen estar cargados de temas complejos y personajes multidimensionales. Releer un libro te permite profundizar en sus matices. Por ejemplo, en la literatura universal, obras como "Cien años de soledad" de Gabriel García Márquez revelan nuevas capas de significado cada vez que las lees. La riqueza de sus personajes y la profundidad de su narrativa son un tesoro que se desvela con cada relectura.

Comparaciones en la literatura en Colombia

En el contexto de la literatura en Colombia, relectura de obras de autores como Laura Restrepo o Fernando Vallejo puede ofrecerte una comprensión más profunda de las dinámicas sociales y políticas que han influido en el país. La historia y la cultura colombiana están inmersas en estas narrativas, y volver a leerlas puede ayudarte a captar las sutilezas que quizás pasaste por alto la primera vez.

La conexión emocional

Reviviendo recuerdos

Cada libro tiene el poder de evocar recuerdos y emociones. Releer un libro que ha marcado un momento significativo en tu vida puede ser reconfortante. Puede recordarte quién eras en ese entonces y cómo has cambiado desde entonces. Esto no solo te permite conectarte con tu pasado, sino que también te brinda la oportunidad de reflexionar sobre tu crecimiento personal.

La calidez de la nostalgia

La nostalgia es un poderoso motivador. Volver a leer un libro querido puede traer una sensación de calidez y comodidad. En un mundo que a menudo se siente abrumador, volver a las páginas de un libro que te hizo sentir seguro puede ser un refugio.

La contribución al conocimiento

Mejor comprensión de contextos históricos y culturales

Releer libros te ayuda a comprender mejor los contextos históricos y culturales que moldean las narrativas. En la literatura universal, cada libro está impregnado de su tiempo y lugar de origen. Releer te permite conectar los puntos entre la historia personal y la historia universal.

Fomentar la discusión

Releer también puede enriquecer tus conversaciones sobre literatura. Tener una comprensión más profunda de un libro te permite participar en discusiones más significativas, ya sea en un club de lectura o en una conversación casual con amigos.

Conclusión

Releer los libros de tu biblioteca es más que una simple actividad; es una oportunidad para redescubrirte a ti mismo y a las historias que te han acompañado en tu viaje. Cada vez que vuelves a abrir un libro, tienes la posibilidad de encontrar nuevas interpretaciones y conexiones que pueden enriquecer tu vida.

Así que, la próxima vez que estés tentado a comenzar un libro nuevo, considera volver a leer uno de tus favoritos. Te sorprenderás de lo mucho que puedes aprender y cómo puedes crecer a partir de estas relecturas.

Preguntas para reflexionar

¿Qué libro has leído que te gustaría volver a explorar y por qué?

¿Cómo han cambiado tus opiniones sobre un libro específico desde la primera vez que lo leíste?

¿Qué aspectos de tu vida actual podrían influir en tu interpretación de un libro que ya conoces?

La lectura es un viaje sin fin. Permítete volver a esos caminos que te han dejado huella y descubre lo que tienen que ofrecerte una vez más.


Pasado meridiano en la 45




Al filo de la tarde, cuando el sol apaga su brillo y el sonido del tráfico vehicular es como el rugir de mil leones, abandonaba el lugar donde mis días transcurrían entre la falsa vanidad de querer ser alguien y las minúsculas ganas de vivir.

Caminaba junto a mi compañera de mil batallas, a la estación Hawthorne para abordar el metro que nos llevaba rumbo al suburbio 20 de Julio.

Para llegar a la estación, caminábamos por la Avenida 45; una histórica vía con andenes muy anchos y casas de arquitectura republicana; que tenían pomposos jardines, terrazas amplias, balcones de ensueño y palos de matarratones tan grandes que parecían unos raulíes perdidos en el trópico.

Los primeros días caminando a lo largo de esa calle, éramos como los solitarios y desocupados Adán y Eva: a cualquier cosa le poníamos nombres absurdos, para darles una existencia alterna y reír a carcajadas como dos idiotas graduados con honores.

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Todos los días teníamos en común un tema por discutir y que nunca llegaba a una conclusión. Comenzaba a la salida de la oficina y terminaba en la estación. Debates bizantinos que curiosamente no tenían el minúsculo aburrimiento. Si eso hubiese sucedido, quizás, habríamos hallado el por qué y para qué existe el Universo.

Cada cuestionamiento e interrogante de ella, hacía que mi argumento se tornara como una marejada que choca en la orilla.

Manejaba la literatura jurídica al dedillo. También recomendaba series y películas donde los abogados no eran tan desalmados como yo los concibo. No creo que su interés haya querido ser magistrada, sino una defensora acérrima de los hombres que son invisibles ante los ojos de la ley.

Yo, manejaba temas más variados que tenían opiniones odiosas impregnadas con el perfume de la juventud: rabiar contra las tradiciones más obsoletas. Generalmente ella no las compartía, pero entendía por qué yo pensaba así.

Así duramos muchos años. Ganamos anécdotas, tristezas con arroyos de lágrimas y unos kilos de más. Deleitamos nuestros toscos paladares con helados, pizzas y mangos salteados con pimienta. Aprendimos mutuamente a cocinar a fuego lento la amistad dándole grandes cucharadas de diferencias.

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Hoy tenemos caminos separados: la Avenida 45 está cerrada por arreglos en la vía; el lugar donde trabajábamos quebró por una dura crisis económica inesperada; yo regresé a mi pueblo y ella se fue al extranjero. A veces hablamos, pero no con la regularidad que se hacía cuando éramos felices con tan poco.

Ahora no sé qué sentiré cuando vuelva a caminar por esa avenida donde hacíamos de nuestros días una pasarela camino al paraíso.

Y la bola rodó

En su lecho de muerte y bajo una fuerte tempestad, mientras recibía los santos oleos de un sacerdote florentino quien tuvo la misión de despedirlo cristianamente del mundo, Julio César Aldana recordaría una vez más, las atrocidades cometidas por su ascendencia familiar en la península de Yucatán y tiempo después, de sus súbditos mayorales contra los indígenas en el Pulmón del Mundo durante la fiebre del caucho.

Descendiente de un taimado talabartero de Castilla quien llegaría a Las Indias junto a Hernán Cortés y luego copularía ferozmente a una mujer de origen inca; Aldana heredaría desde los rasgos caucásicos hasta la violencia en nombre Dios que le serviría durante la sangrienta conquista para usurpar la tierra y tesoros no propios. Muchos años después; el rastro de eugenesia y espíritu bribón, seguirían su curso como río que busca su desembocadura en el mar.


Una tarde, mientras se echaba una siesta forzosa bajo la sombra de un árbol de guamo, tras un arduo combate con tribus insurrectas que habitaban en inmediaciones al Río Putumayo quienes le dejarían el temor a una rebelión de escala mayor, el descendiente de José María de la Purísima Trinidad de Borbón y Aldana, comenzaría a delirar con fornidos hombres aztecas y mayas quienes jugaban pateando su cabeza moribunda en un paradisíaco rincón de Centroamérica durante una celebración en honor al Sol. Soñando así, un viaje al pasado que antes le habían contado a medias y ahora el subconsciente le recordaría.

Aldana, creía sentir los fuertes golpes de esos pies pardos con bordes libres largos de grotescas uñas y el contacto de rodillas callosas que parecían el endocarpio de un coco. Mientras su cabeza rodaba a millas por hora en el suelo fértil para el cultivo del tabaco y caña, que estaba manchado de sangre en honor a los vencedores; él vería a las otras cabezas moribundas de todos sus antepasados marcadas con franjas rojas, quienes siglos antes llegaron en el desembarco de los europeos y más tarde se establecerían como aliados del poder durante la etapa colonial acompañando a corruptos virreinatos, para luego combatir fallidamente a las escaramuzas independistas de comuneros a lo largo de la Patria Grande.


Piezas de pelota. Foto: Historia Universal

Después de un rato de ir de timbo al tambo, los fornidos hombres dejaron de patear su cabeza y se irían del sitio. Tan mala e inoportuna coincidencia, la testa de Aldana quedaría mirando fijamente y sin poder alguno de moverse, la pictografía que simbolizaba la maldición que cargarían los descendientes de aquellos que durante centurias se dedicaron a sembrar terror y saquear riquezas ajenas con destino a las arcas de los Reyes Católicos de Castilla y Aragón.

Aldana despertaría estrepitosamente  y tras esa dura pesadilla, el hampón explotador del caucho estaba sudando frío y balbuceando palabras en latín, luego de sumergirse en esa ciénaga mental sin pescar razón ni lógica alguna.  Después de este suceso, se pondría su perversa psique al revés y ningún demiurgo volvería a ordenar.


La truculenta aventura onírica, le dejó un cuerpo pálido mirando hacia un cielo que despedía el día y abrazaba la noche. Sus ojos de color esmeraldas paramunas; su rostro de pómulos muy marcados; y una despeinada cabellera rubia parecida a las crines de una potranca de paso fino, estaban quemados tras el inclemente sol que se posó sobre él aquella tarde. Más tarde, fue hallado por trabajadores leales de su hacienda, quienes se lo llevaron para quitarle la casaca color turquí, que estaba sucia por la maleza del lugar y encontrando: heridas provocadas por los dardos de flechas perfumadas con un veneno originario de la Amazonía, lo cual daría pie a una agonía infernal, que más tarde, lo postraría en un aposento hasta el fin de sus días.