Este
portazo no maquilla un hasta luego, se va para no volver la que fue el acceso a
mi morada , construida a principios del siglo pasado y que le permitió el
ingreso a distinguidos invitados, desde vagabundos sedientos hasta generosos comerciantes
de la provincia.
Basta
con prolongar la agonía de una hoja de madera teca olivo que resistió a la
jauría de la humedad, a las lluvias voraces del trópico y al abandono de sus
distintos herederos.
Ni
el círculo cromático de Goethe podrá darle el brillo, luz, contraste y textura que
tuvo durante sus años maravillosos.
Preocupa
el futuro de sus partes y aún más, cuando en estos tiempos lo sintético absorbe
a lo natural sin darnos cuenta.
Su
picaporte dorado traído de Galicia que tenía el imán para atraer la prosperidad
a un hogar y luego se oxidó, dejó de girar desde aquella vez que el último
retoño abandonó el hogar.
La
cerradura va a tener un descanso eterno en el cementerio de la chatarra; si
tiene mejor suerte, seguirá viva en el rincón de la estantería de un herrero
noctámbulo que busca iluminar su creatividad bajo la luz de la Luna.
Los
largueros y el dintel que formaron un pórtico, y sirvieron como sitio seguro a las
personas que se resguardaban cuando ocurrían temblores, seguirán fungiendo como
protectores en otro lugar. Quizás reforzarán el techo de una vivienda en
construcción a cargo de un albañil austero.
El
reloj se detuvo para ella desde hace mucho tiempo y su inevitable destino sería
el cuarto de San Alejo. Sin embargo, decidimos que era preferible verla
separada de sus partes para que sufriera una transformación digna, y no una
muerte a manos de esa plaga infernal llamada comején.
Hasta
siempre, puerta.