Cuento: El lápiz que aprendió a volar

 


En una aldea remota cuyo nombre ahora no recuerdo, vivía un lápiz llamado Grafo. Hijo del carbón y la madera. Su pasatiempo favorito era jugar con el papel y arena haciendo aviones y pistas, con la ilusión que algún día uno de sus aviones despegara.

A pesar que tenía una punta muy delgada y una nata de borrador muy blanda, su sueño era volar tan alto como Ícaro para perderse en un horizonte infinito teñido de azul y blanco.

Grafo era un lápiz solitario. No se juntaba con los otros lápices de la aldea porque se burlaban de su juego. Tampoco compartía amistad con los bolígrafos porque éstos lo veían muy chico e inferior a ellos. Solo tenía como amigos a el papel y la arena.

Grafo se cansó de jugar con el papel y la arena. Se aburrió de hacer despegar aviones sin éxito alguno y decidió luchar por su sueño de volar más alto que el ruiseñor que cantaba diariamente en el pueblo. Se distanció de sus amigos y decidió emprender solo.

Un día caminaba por una calle y se tropezó con otro lápiz. Grafo le contó su sueño, pero éste se burló y lo trato de “iluso”. Un bolígrafo que pasaba por allí también lo escuchó y lo trató de “infantil”. Grafo tuvo un desaire cuando escuchó esas palabras burlescas, pero no lo desanimó a comenzar su sueño.

Entonces él decidió buscar por cuenta propia cuáles elementos podían servirle para cumplir su difícil sueño.

Primero usó las plumas de aquel ruiseñor que cantaba; pero ni siquiera alcanzó elevarse a media altura cuando cayó estrepitosamente. Luego, busco unas aletas de acero prestadas por el sacapuntas para saltar desde una montaña de cartón, pero tampoco les sirvieron porque le pesaban mucho.

Cuando creyó renunciar a su sueño, reaparecieron sus antiguos compinches de juego: el papel y la arena. Lo decidieron buscar porque estaban preocupados y hace días no tenían noticias sobre él.

Grafo les contó lo que andaba haciendo y los fracasos que había tenido en la búsqueda de su sueño. A diferencia de los demás, sus dos amigos se entusiasmaron y le dieron una nueva idea: el papel le daría el trozo más fino que tenía y la arena su tierra más compacta. Así podría elevarse con mayor dinámica y fuerza.

Se pusieron manos a la obra. Grafo pegó las alas del trozo regalado por papel con silicona y aplanó con su espalda la pista hecha con la arena. Los tres calcularon cada movimiento para lograr la mejor precisión y mayor estabilidad. Luego de varios ensayos y errores, llegaría el gran día.

Bajo la complicidad del viento y el sol de la tarde, Grafo logró concentrarse, corrió sobre la pista de arena con sus alas de papel y saltó tanto, que terminó volando a merced de los vientos alisios que zumbaban en la aldea.

Desde la inmensidad de las alturas comenzó a vivir su nueva realidad, Grafo miró hacia abajo y vio las lágrimas de sus amigos que le dieron lo que cada uno tenía para que lograra lo que siempre soñó: volar más alto que Ícaro para perderse el horizonte infinito teñido de azul y blanco.