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Cuento: Un largo contagio

 


Cuento mi historia para no olvidar este episodio inusitado de mi vida que marcó un antes y después en el mundo.

Aquel marzo de 2020 fue un antes y después en mi núcleo familiar. Se detuvo el curso de los paseos por la geografía caribeña y las fructíferas reuniones sociales que producían tan buena vibra. Se esfumó la gran tranquilidad de tener una vida activa de grandes satisfacciones con pequeños actos.

Licencia con mitad de remuneración para mi padre y el golpe duro del desempleo para mí, fueron los ingredientes accidentales para soportar aquellos meses siguientes donde la muerte y la recesión económica retumbaban en todos los rincones del país.

Desde marzo los juegos de mesa, las maratones de series y documentales en Netflix, fueron los firuletes para aquel caótico y detestable encierro debido a la crisis sanitaria. Pese a no tener ningún inconveniente de tipo monetario, a medida que caían los días se agudizó el mal carácter de nosotros. Desespero, ansiedad, fatiga y claustrofobia fueron los fantasmas que recorrían cada rincón.

No obstante, también comenzamos a cambiar las perspectivas sobre la vida cuando nos enteramos sobre los casos de contagio en la familia y amigos. Algunos pudieron superar la enfermedad, aunque les haya dejado secuelas y otros murieron por culpa del maldito virus.

La zozobra se asomó. No quería salir. El autocuidado totalitario se apoderó y los tres perdimos la riqueza de respirar sin tapabocas y abrazarnos espontáneamente. Maldito virus.

¿Pero sabes qué me ha dejado el maldito virus todo este tiempo? La fortuna de compartir con los dos tesoros más grandes que tengo ahora: mis dos papás.

Esa convivencia y tiempo junto a ellos que no tuve en mi niñez ni adolescencia, ahora las estoy disfrutando como adulto joven. Y se siente bien. Se siente diferente. Se siente vital. Se siente apreciado.

Te ayuda a dar una visión clara sobre el por qué tus progenitores tienen su personalidad y cómo diversas situaciones de la vida les ayudaron a forjarlas. Aprender y desaprender. Que para tener tranquilidad y solvencia hoy, tocó un magno esfuerzo de trabajo y un río de lágrimas de sacrificio.

Todo este tiempo me ha servido para responder interrogantes que alguna vez tuve como: ¿por qué mi mamá hace las mejores arepas de trigo? ¿por qué mi papá sabe tanto de boxeo? ¿por qué aquella vez me regañaron fuerte?

Aprendí a valorar aún más cada plato en la mesa, cada vaso de agua panela, cada abrazo, cada beso en la frente, cada espacio para el ocio y cada consejo de vida. Me contagié de la compañía valiosa de mis papás.  

Meses después, mis dos padres ya están vacunados con la segunda dosis y en próximos días lograrán la inmunización. Mi papá muy probablemente retornará a su trabajo habitual y mi mamá tendrá otras rutinas que le arrebató el maldito virus.

Y mientras tanto yo sigo esperando otra oportunidad de la vida. Seguir tocando puertas. Volverme a ver con mucha gente que hace rato no veo. Explorar nuevos caminos. Conocer más personas y paulatinamente retornar a las pequeñas rutinas que me generaban grandes satisfacciones. ¡Y así será!. 

Cuento: El lápiz que aprendió a volar

 


En una aldea remota cuyo nombre ahora no recuerdo, vivía un lápiz llamado Grafo. Hijo del carbón y la madera. Su pasatiempo favorito era jugar con el papel y arena haciendo aviones y pistas, con la ilusión que algún día uno de sus aviones despegara.

A pesar que tenía una punta muy delgada y una nata de borrador muy blanda, su sueño era volar tan alto como Ícaro para perderse en un horizonte infinito teñido de azul y blanco.

Grafo era un lápiz solitario. No se juntaba con los otros lápices de la aldea porque se burlaban de su juego. Tampoco compartía amistad con los bolígrafos porque éstos lo veían muy chico e inferior a ellos. Solo tenía como amigos a el papel y la arena.

Grafo se cansó de jugar con el papel y la arena. Se aburrió de hacer despegar aviones sin éxito alguno y decidió luchar por su sueño de volar más alto que el ruiseñor que cantaba diariamente en el pueblo. Se distanció de sus amigos y decidió emprender solo.

Un día caminaba por una calle y se tropezó con otro lápiz. Grafo le contó su sueño, pero éste se burló y lo trato de “iluso”. Un bolígrafo que pasaba por allí también lo escuchó y lo trató de “infantil”. Grafo tuvo un desaire cuando escuchó esas palabras burlescas, pero no lo desanimó a comenzar su sueño.

Entonces él decidió buscar por cuenta propia cuáles elementos podían servirle para cumplir su difícil sueño.

Primero usó las plumas de aquel ruiseñor que cantaba; pero ni siquiera alcanzó elevarse a media altura cuando cayó estrepitosamente. Luego, busco unas aletas de acero prestadas por el sacapuntas para saltar desde una montaña de cartón, pero tampoco les sirvieron porque le pesaban mucho.

Cuando creyó renunciar a su sueño, reaparecieron sus antiguos compinches de juego: el papel y la arena. Lo decidieron buscar porque estaban preocupados y hace días no tenían noticias sobre él.

Grafo les contó lo que andaba haciendo y los fracasos que había tenido en la búsqueda de su sueño. A diferencia de los demás, sus dos amigos se entusiasmaron y le dieron una nueva idea: el papel le daría el trozo más fino que tenía y la arena su tierra más compacta. Así podría elevarse con mayor dinámica y fuerza.

Se pusieron manos a la obra. Grafo pegó las alas del trozo regalado por papel con silicona y aplanó con su espalda la pista hecha con la arena. Los tres calcularon cada movimiento para lograr la mejor precisión y mayor estabilidad. Luego de varios ensayos y errores, llegaría el gran día.

Bajo la complicidad del viento y el sol de la tarde, Grafo logró concentrarse, corrió sobre la pista de arena con sus alas de papel y saltó tanto, que terminó volando a merced de los vientos alisios que zumbaban en la aldea.

Desde la inmensidad de las alturas comenzó a vivir su nueva realidad, Grafo miró hacia abajo y vio las lágrimas de sus amigos que le dieron lo que cada uno tenía para que lograra lo que siempre soñó: volar más alto que Ícaro para perderse el horizonte infinito teñido de azul y blanco.

¿Y si Camus hubiese sido futbolista?


Albert Camus, uno de los más grandes intelectuales del pasado siglo XX, no ocultó jamás su pasión por el deporte rey, que ha generado odios para sus similares y amores para el vulgo. El existencialista tuvo al fútbol como una de sus grandes pasiones, pero sus cuestionamientos sobre la vida y los problemas filosóficos del hombre, lo alejaron de la portería para colocarlo frente al papel y la pluma.

Ejemplar El Extranjero

Basta con leer sobre la vida y obra de este gran escritor, ensayista, filósofo y periodista de origen argelino. El hombre que bautizó al periodismo como “el oficio más bello del mundo, aparte de ser un genio en las letras, gracias a sus libros publicados – El extranjero – también fue un gran aficionado al fútbol.

Tanto lo fue, que durante su juventud estuvo a punto de ser arquero profesional, pero una tuberculosis frenó el motor de su andanza con la esférica. Pues al fin y al cabo, como sentenció en uno de sus famosos escritos “aprendí que la pelota nunca viene hacia uno por donde uno espera que venga,  eso me ayudó mucho en la vida, sobre todo en las grandes ciudades, donde la gente no suele ser siempre lo que se dice derecha”, sostenía Camus.



El ganador del Premio Nobel de Literatura en 1957, desde las letras tuvo la oportunidad de volver a escribir sus remembranzas y epopeyas que le originaron tener un sentimiento desbordado por la esférica, gracias a su escrito “lo que le debo al fútbol” publicado en la revista cultural argentina La Maga, durante 1966. Hincha de Racing de Avellaneda, gracias a que esta escuadra y sus colores le hacía recordar susañoranzas universitarias e inicios bajo los tres palos. Vaticinaba sobre la Academia “juega científicamente, pierde partidos que debería ganar”.

Foto tomada de Toutelaculture.com
Y tan académico fue, que durante su etapa universitaria cuando debutaba como portero del onceno oficial en la Universidad de Argel (Argelia), encontró un peldaño de su existencia mediante este deporte. Cuando Camus afirmaba “el mundo me ha permitido variadas experiencias, lo que más sé, a la larga, acerca de moral y de las obligaciones de los hombres, se lo debo al fútbol”, lo hacía para diferir de intelectuales quienes hacen críticas constantes a lo que representa el deporte, por servir de arma manipuladora de los gobiernos y opio como la religión para el vulgo. Una antítesis a Borges cuando sentenció en las instalaciones de una famosa biblioteca bonaerense: “el fútbol es universal, porque la estupidez es universal”.


Camus tenía altos reflejos con ojos sumamente críticos sobre la sociedad de los tres palos (salud, dinero y amor), un achique a la existencia humana y bien posicionado en la 50/50 al indagar sobre aspectos que la sociedad del consumo. Tenía habilidades para un gran arquero; habría hecho una gran labor para el mundo del fútbol, gracias a estas habilidades técnicas abordadas desde la metáfora. Un jugador de clase y entretenido, que habría sembrado en este bello deporte, más gladiadores de la psiquis, que objetos cosificados al consumo y moralistas mercantilizados, que cada día tiene a jugadores con “código de barras” en el césped. Si Camus estuviese vivo, tendría profundas discrepancias con el fútbol moderno ante el absurdismo de sus dimensiones deportivas y financieras.



No nació para la derrota ni tampoco para la victoria pero sí para buscar alegoría y la belleza que escondían ambas caras de la moneda: “después de todo, era por eso que quería tanto a mi equipo, no solo por la alegría de la victoria cuando estaba combinada con la fatiga que sigue al esfuerzo, sino también por el estúpido deseo de llorar en las noches luego de cada derrota”.

Calle Albert Camus en La Coruña (España)

Camus, el autor de La Peste, fue el existencialista del fútbol que nunca germinó en el gramado de una cancha pero quedó inmortalizado en las letras universales que perduran aún en nuestro presente. Grosso modo, El Extranjero que no fue profeta en la tierra de su pasión.


“No hay lugar en el mundo en que un hombre pueda sentirse más contento que en un estadio de fútbol