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Un universo de sensaciones me invadió cuando el calendario tachó el día que tanto se esperaba. En cierta ocasión me dijeron que una mujer “veterana” es un ser telúrico de emociones ó como un tallo de lo que fue una flor resistida a la sequía. Bueno, al menos eso se lo escuché a un consejero popular de esos que conducen carros amarillos de servicio público y tienen oídos para los mortales penitentes que se postran a la vista de su retrovisor.

Nos encontramos en un parque abierto para todos, a donde paradójicamente, acuden pocos. Día soleado de enero en el trópico del Caribe donde los ventarrones, las calles vacías, colillas de cigarrillos, olor a hierba alucinante de Mary Jane, gafas oscuras protegiendo la  contemplación de solitarios y manteles de picnic grupal, adornaban el sitio.

Mis manos estaban con sudoración a chorros, labios temblorosos a escalas inexactas de  Richter y bombeo arterial a la velocidad de la luz; lo que hacía presumir que algo pasaría en un abrir y cerrar de ojos. Para calmar la ansiedad de la situación que se daría dentro de poco, decidí por comerme una menta. Por un momento, sentí que se dilataron mis átomos haciendo una mala jugada genética, a tal punto que la frescura invadió hasta el ínfimo de los huesos.

Perdía la vista en el horizonte del paisaje frondoso y verdolaga del sitio. Me preguntaba si los ojos de ella eran tan transparentes como el cristal ó si su voz sonaría igual a la que escuché por vía telefónica. Había cierta incertidumbre en saber sí le correspondía a su gusto femenino ó si yo resultaría siendo un fiasco debido a mi corta veintena de primaveras cumplidas.  

De repente, he divisado a una mujer que se acerca a ritmo de femme fatale con pasos más finos que una meretriz. Su cabello castaño suelto, el color de la blusa rojo carmesí, pantalón corto más blanco que un nardo y labial perfectamente delineados como si hubiesen sido tallados en vidrio; me revelaron que ella era la fémina que sin tocarme ya había sacudido una parte de mí  y ahora con su presencia, vendría por la otra mitad.
-Hola, buenas tardes - Sonó al unísono y por antonomasia se desbordó una sonrisa leve que destapaban nuestros dientes blancos homologando al color de unas perlas halladas en el trópico. Beso en la mejilla y miradas cruzadas empezarían a cocinar a fuego lento, los hechos más eróticos que se cobijaron en un catre de dos almas perdidas en una ciudad de brazos abiertos postrada a la esquina del Caribe.

Caminamos con destino a un sitio mejor y por eso nos dirigíamos hacia un par de calles arriba sentido norte. En ese corto trayecto sentí que hablaba con una dama que le ladra a la vejez para defenderse de Cronos y sigue abrazando a la juventud como método de supervivencia. Ahora podía ver que sus ojos en realidad eran como el café y no cristalinos como el agua de un arrecife; sus manos tan cálidas como el tizón del carbón con mirada cómplice a la locura del deseo y una voz de miel que podía inundar a una colmena de abejas.

Al llegar al resguardo donde los amantes entran esfumándose al azar de los callejones de arbustos e ingresan por puertas estrechas en el diámetro arquitectónico, el joven ávido aprendiz deEros y la gentil madura de mil batallas, irían a buscar refugio a un bar poco iluminado y con aire acondicionado con heladas ventilas, arroparían la velada de nuestra conversación caníbal que vamos a tener como recientes conocidos. Mientras subíamos las escaleras del recinto, le hago una pregunta a mi inconsciente:

-          - ¿Qué pasará? ¿No tendrá temor de mí?

A lo que ella telepáticamente sonríe y deja ver que su mayor temor es no dejarme desnudo y cabalgando en el catre encima de mi pelvis masculina y manos acentuadas en mi torso que apenas está comenzando la vida pueril y enérgica de una euforia sexual que inicia como la alborada en el horizonte.

¡Bendita vida, déjame despedirme de ti en brazos de una fémina que se sacia de mis espíritus y no al ignoto de un infarto que quizás no se asome a esta temprana edad!

La noche apenas comienza y a lo mucho que se percibe es que volveré a perder mi segunda inocencia a manos de alguien que hace tiempo vive dos pisos arriba contando lágrimas de amoríos y escribiendo nuevos encuentros a antología existencial. 

Colofón: busco que se iluminen mis recuerdos para seguir con este relato que dejó de ser confidencial entre el cielo y la tierra.